No se le puede pedir al Atlas sostener el mundo con piernas fracturadas
Por Santiago Dussan Laverde
Doctor del Derecho de Bucerius Law School.
LL.M. en derecho económico de la Universidad de Colonia (Alemania).
Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.
*Esta columna de opinión fue escrita por el profesor javeriano para el Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) de la Universidad Francisco Marroquín
Existe un riesgo en el horizonte y es que el constante y vociferante llamado a la acción nos distraiga de lo esencial y realmente importante.
Este es el pensamiento más frecuente que hemos tenido al escuchar la mayoría de propuestas que se arrojan acerca de la recuperación de la riqueza que se ha perdido a causa del confinamiento al que la mitad de la población mundial ha sido sometida. Un buen número de esas propuestas se arrojan como bolas de papel mojado en contra de un tablero de clases. Esta imagen mental que estoy tratando de evocar no es gratuita. El panorama de esas propuestas es similar, ya que demuestran el mismo grado de caos, confusión, suciedad e impulsividad prepuberal.
Tomando en cuenta todas las propuestas, podemos notar que las más recurrentes apuntan a un mismo fin. Ante la pregunta de cómo se recupera la riqueza de la manera más rápida posible, la respuesta suele ser la generación de empleo. Difícilmente alguna otra medida se presente por estos días en igualdad de idoneidad y urgencia. La responsabilidad se le imputa, sin más, a los empresarios. El peso del mundo, una vez más y más que nunca, recae sobre ellos.
Se presenta al empresario como aquel cuya principal función social es la creación de empleo. Esta consiste en que, de manera abnegada, sin consumidor alguno caminando sobre los andenes (porque lo tienen parcialmente prohibido) mantengan los engranajes girando y paguen salarios de manera entusiasta. En contra de cualquier advertencia de prudencia, debe el empresario abstenerse de despedir a cualquier empleado. Al menos en Colombia, se dice que dejen hacer como el camello, 'camellar', que, de darse este permiso, al menos el hambre no será la causa de nuestra muerte.
Insistir con esto demuestra una desafortunada confusión.
En el contexto de la economía de mercado vivimos en un estado de constante descoordinación o desequilibrio, si se quiere. Con recursos (medios) que son esencialmente insuficientes para satisfacer todas y cada una de las necesidades (fines) que experimentamos, y que muchas veces son mutuamente excluyentes, nos vemos en la necesidad de resolver ese problema económico que podemos entender mejor como un problema de coordinación. Este consiste en comprender qué necesidades son más urgentes para ser satisfechas en primer lugar.
De igual forma, queremos enriquecer nuestro conocimiento acerca de cómo se podría producir aquello que satisface aquellas necesidades de acuerdo con sus diferentes grados de urgencia. Por último, también queremos comprender de qué forma recompensar los diferentes sacrificios de todos aquellos involucrados en esos procesos productivos.
Nos enfrentamos, pues, a la pregunta de cómo solucionar este problema y cómo poder coordinar nuestras acciones con las de los demás. Como consumidores, experimentamos necesidades, pero ignoramos, en realidad, la forma en la que potencialmente se pueden satisfacer. Ignoramos no solo la existencia de aquello por medio de lo cual podríamos satisfacer estas necesidades, sino también la existencia de aquellos otros medios que, una vez integrados económicamente, resultan en aquello que directamente nos sirve.
La función empresarial es una categoría económica cuya principal función social es resolver este problema de coordinación al que nos enfrentamos todos y cada uno de nosotros a diario. Atiende, si se quiere, la demanda de coordinación que pedimos a diario. El profesor experimenta la necesidad de escribir sus ideas sobre el papel, para lo cual necesita un lápiz. Poniendo delante de él todo lo necesario para producir un lápiz muy probablemente no podría hacer uno. No sabe de la existencia de este lápiz hasta que la persona que encarna la función empresarial, el empresario, se lo presenta. Y esto lo puede hacer solo después de haberse acercado a los dueños de la madera, del caucho con el que se hace el borrador y del grafito con el que produce la mina para después producir el lápiz. La descoordinación entre el consumidor y los dueños de esos factores de producción la identificó el empresario con ayuda de la información que trasmiten los precios expresados en dinero y le sugirieron en su momento que existía la promesa de una ganancia empresarial pura al poder lograr la coordinación.
La función empresarial es una categoría económica cuya principal función social es resolver este problema de coordinación al que nos enfrentamos todos y cada uno de nosotros a diario.
El empresario es, entonces, un empático profesional. Su función consiste en identificar ciertas inconformidades por parte de los consumidores, para después identificar la forma de removerlas y actuar de acuerdo a este conocimiento. Para ello, lleva el mensaje desde el consumidor hasta los dueños de los factores de producción. Identifica que la forma de eliminar sus propias inconformidades es profesionalmente dedicarse a eliminar las de los demás. La ganancia empresarial es lo que trae a su atención tal descoordinación y es a su vez su recompensa si la coordinación es exitosa. Su mirada va hacia el futuro.
El profesor Jesús Huerta de Soto ha hecho más que un memorable esfuerzo por presentar el concepto de empresa, inicialmente, desde su significado etimológico. Nos ha explicado que en español la palabra empresa procede del verbo latino in prehendo-endi-ensum, significando descubrir, atrapar. También nos ha explicado que la palabra latina in prehensa nos lleva a la idea de acción, como tomar o agarrar. Mi intención ahora es que vayamos adonde el profesor Huerta de Soto no se ha atrevido a ir: al alemán. Esta propuesta precisamente la hago porque creo que hay utilidad en la etimología del término en este idioma, debido a la imagen mental que logra evocar.
Unternehmer significa empresario en alemán. El término está compuesto por el verbo nehmen que significa principalmente tomar, aprehender o asir; y la preposición unter, que significa debajo, denotando una posición en su significado nominal. Sin embargo, es tomando en cuenta su significado verbal donde la cuestión se pone interesante, precisamente por la imagen mental que evoca.
En este sentido, unter denota un movimiento con propósito de dirección desde abajo hacia arriba (zielgerichtete Bewegung von unten her). Teniendo esto en cuenta, ante la palabra unternehmer la imaginación se nos dirige a una situación específica como cuando se saca algo de la tierra. Seguido a esto, la palabra significa otro tipo de situaciones, como cuando se toma algo bajo el brazo, como muestra de responsabilidad de hacer algo en favor de alguien.
Tomando todo lo que hemos dicho de la función empresarial y juntándolo con esto que acabamos de decir de su expresión alemana se nos forma en la imaginación una especie de cortometraje mental que nos da cuenta del papel heroico del empresario dentro de la sociedad. No estaría de más presentar el significado original de la palabra empresario en términos de un superhéroe dada la confusión actual. Aquel que encarna la función empresarial es un superhéroe cuyo principal poder es ver el futuro antes que los demás. Se viene a la mente la imagen de un hombre mirando silencioso al abismo dispuesto a sacar algo desde el fondo, haciendo fuerte resistencia al viento que ruge en sus oídos, estando al tanto del riesgo de hacerlo, pero juzgando que a alguien en el futuro le beneficiará el resultado de su acción, de su empresa.
El empresario mira hacia adelante, hacia el futuro y logra ver lo que el resto de nosotros no. Para él, el futuro es un gran lienzo y él mismo acepta el encargo de llenarlo de formas de varios colores, según la imagen del futuro que se ha creado. Satisface las necesidades de los consumidores según sus distintos grados de urgencia. Se acerca ansioso con sus diferentes propuestas de valor al consumidor a la expectativa de que su esfuerzo sea compensado. De no serlo, se sacude el polvo para comenzar de nuevo.
Previo a todo esto, según su imagen del futuro, y en especial función de ella, ha remunerado a los dueños del trabajo, la tierra y los bienes de capital. Estos no están dispuestos a esperar el eventual favor del consumidor. Para ellos no es igual de importante la visión futura del empresario; al menos, no más importante que recibir sus pagos en el presente. Es el empresario el que, después de haber atendido la urgencia de ingreso presente de los trabajadores, entre otros, dirige su mirada a la reacción del consumidor para constatar si el futuro que había imaginado coincide o no con el presente.
Ahora bien, solo si se le permite producir en favor del consumidor, sin ningún tipo de bloqueo institucional para hacerlo, podrá pagar salarios, entre otras remuneraciones. Bien harían los que se obsesionan con la generación de empleo en redirigir sus energías a la producción en favor del consumidor.
Afirmar que sobre los hombros de los empresarios está la recuperación de la riqueza perdida es apenas adecuado. Apuesto a que ellos aceptarán el encargo con entusiasmo. Ahora bien, hacer la misma afirmación dando a entender que a los empresarios les corresponde esto por medio de la generación de empleo equivale a separarlos por completo de su verdadera función social. Literalmente, hacerlo de esta forma es, por decir lo menos, un llamado a mayor destrucción de riqueza.
Generar empleo remunerado sin consideración alguna de la producción encaminada a resolver el problema de coordinación es en sí mismo un desacierto mayúsculo desde una perspectiva económica. Es pedirle al Atlas que sostenga el mundo mientras se fracturan sus piernas. Mucho mejor, y este es nuestro consejo, es poner la atención en la verdadera forma de crear riqueza: la producción. Ahí está la apuesta y en ningún otro lado. ¡A hacer todo lo que sea necesario para que esta despierte de su sueño forzado! Ya verán como vuelve el empleo.
Generar empleo remunerado sin consideración alguna de la producción encaminada a resolver el problema de coordinación es en sí mismo un desacierto mayúsculo desde una perspectiva económica.
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